junio 5, 2015
¿Cómo encontrar tu lugar en el mundo? En calidad de cristianos, nuestra transformación a Su semejanza es un proceso que dura toda la vida. Los siguientes cuatro pasos son recordatorios para esa travesía.
1. Recuerda quién eres. No es tan fácil como suena. Recuerda quién eres ante Dios. Eres un incesante ser espiritual con un destino eterno en el gran universo de Dios. Repítelo en voz alta. Soy un incesante ser espiritual con un destino eterno en el gran universo de Dios. Memorízalo. Repítelo ante tus amigos. Díselo a las personas que conoces. Las fuertes corrientes en la sociedad intentarán apartarte de reconocer quién eres ante Dios.
Hace algunos meses se llevó a cabo un estudio en cierta raza de chimpancés. Se descubrió que su ADN es 99,4% humano. ¿Cuál es la conclusión que se supone debemos sacar? Creo que ya lo sabes. Ciertamente no es que eres un incesante ser espiritual con un destino eterno en el gran universo de Dios. La conclusión que se supone que debes sacar es que prácticamente eres un chimpancé.
He conversado con varios colegas y he sugerido darle un doctorado a un chimpancé. Desde luego si el 99,4% de su ADN es como el nuestro y ADN es lo que somos, ¡algunos chimpancés harían los exámenes mejor que los seres humanos! Pero nadie estuvo de acuerdo en que el 99,4% de ADN se traduce en el 99,4% de la experiencia humana. ¿A qué voy con todo esto? Que los seres humanos somos mucho más que ADN. Somos seres espirituales. Quiero enfatizarlo y animarte a que te aferres a esa verdad, porque serás continuamente desafiado por ello. Repite esas palabras. Díselas a tus amigos. Haz que ellos las repitan. Escríbelas incluso en el espejo del baño.
2. Recuerda que Dios tiene prioridad sobre tu mente.
Tú guardarás en completa paz
a aquel cuyo pensamiento en ti persevera,
porque en ti ha confiado (Isaías 26:3).
David dijo:
Al SEÑOR he puesto siempre delante de mí;
porque está a mi diestra, no seré conmovido (Salmos 16:8).
Pon siempre primero al Señor. Mantenlo en tu mente. Puedes aprender a hacerlo. Puedes pensar continuamente en Dios y aprender a tenerlo siempre en tus pensamientos. Una práctica sencilla es aprender a repetir toda la mañana, cada minuto o así: «Santificado sea Su nombre», o cualquier otra frase que te llegue al alma.
3. Recuerda vivir de forma sacrificada. El 20 de enero de 1961, John F. Kennedy fue investido como el trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos. En su discurso inaugural, el presidente más joven jamás elegido, dijo que «la antorcha ha sido pasada a una nueva generación de norteamericanos». En ese contexto, el presidente Kennedy lanzó el siguiente desafío: «No preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregunta lo que tú puedes hacer por tu país».
Esa sencilla afirmación, expresada con enorme fervor, propició una asombrosa tendencia de generosidad y sacrificio por parte de la gente. Se encuentra grabado en nuestro corazón. Sabemos que es lo correcto. Y como cristianos, somos quienes en verdad sabemos lo que significa y cómo se puede hacer.
No te esmeres por hacer progresos por tu cuenta. Permite a Dios crear el progreso. Es una verdad sicológica y sociológica profundamente arraigada, así como una enseñanza teológica. Quien intenta salvar su vida, la perderá. Así que dala a otros. Dios te la devolverá. No te esfuerces por obtener lo que quieres. Sirve a los demás. Recuerda que Dios da gracia al humilde. Él nos llama a someternos a la poderosa mano de Dios, para que llegado el momento indicado, pueda levantarnos.
Cabe añadir que no es seguro ser siervo, a menos que sepas quién eres y que estés delante de Dios. La noche de Su traición, momentos antes de compartir la Pascua con Sus discípulos…
Sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios y a Dios iba, se levantó de la cena, se quitó Su manto y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en una vasija y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secarlos con la toalla con que estaba ceñido (Juan 13:3-5).
Jesús sabía quién era, y puesto que estaba seguro en Su relación con Su Padre, era capaz de realizar hasta las tareas del esclavo más humilde.
Recuerda quién eres. Da preferencia a Dios. Luego sirve de forma sacrificada. Cuando sirves a otros, en realidad sirves a Dios. Puesto que sirves a Dios, das el mejor servicio a otros seres humanos.
4. Recuerda que necesitas un plan de disciplina. La vida por Cristo lo requiere. Lo que suele considerarse actividades de la iglesia no basta, ni aunque seas uno de sus líderes. Delinea y sigue un plan de soledad y silencio, memorización de las Escrituras, ayuno, oración y adoración.
Si llevas a cabo esas actividades con regularidad, Cristo crecerá en ti y Su carácter se volverá tu personalidad. Entonces podrás hacer de forma rutinaria y con facilidad las cosas que Él hizo y dijo, producto de amor, gozo, paz y poder.
Las personas que están en el mundo, pero que no son del mundo son personas que sencillamente han convertido en una rutina hacer lo correcto, de forma fácil, con paz y alegría. Se describen a menudo en las Escrituras (V. Efesios 4, Colosenses 3, Filipenses 2). Lo que se lee en esos pasajes es cierto. Funciona. Está accesible a todos. Y no hay nada en el mundo que se le compare. Las personas así son la respuesta a la oración de Jesús al final de Su ceremonia de despedida.
Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos y Tú en Mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que Tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a Mí me has amado.
Eso es lo que el mundo está esperando. El apóstol Pablo dijo que toda la creación gime a una, esperando a los hijos e hijas de Dios.
Toma el lugar que te ha dado Dios en el mundo. Sé Cristo para quienes te rodean.
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