mayo 18, 2015
«Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de Mi mano. Mi Padre, que me las dio, mayor que todos es, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre». Juan 10:28-29 RV 1995
Por fin me di cuenta de que realmente estaba salvado y de que no es que fuera a perder la salvación y volverla a recobrar una y otra vez. Fue un día en que leía el Evangelio y me topé con este versículo: «El que cree en el Hijo tiene vida eterna»[1]. Claro que hay muchísimos buenos versículos aparte de ese. Si alguien ha recibido a Jesús, creo que incluso si esa persona comete errores o se suicida, no perderá la salvación. Por supuesto que el Señor perdona a quien se arrepiente. En muchos casos, de todos modos sufrimos por nuestros pecados.
«El que cree en el Hijo tiene vida eterna pero el que se niega a creer en el Hijo no verá la vida»[2]. Los que de verdad creen en Jesús y de verdad tienen fe, que de verdad creen que Él es el Hijo de Dios, que «confiesan con su boca y creen en su corazón que Dios lo levantó de los muertos», son salvos[3]. Creo firmemente que si alguien recibe a Jesús, tiene una seguridad eterna. Pero también creo firmemente que muchos van a llorar en el Cielo, aunque el Señor les enjugue las lágrimas[4]. Según la doctrina católica, el Purgatorio es temporal. El propio Jesús dijo que el que sin conocer la voluntad de su Padre hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco, y que otros, que conociendo la voluntad de su Padre hicieron cosas dignas de azotes, recibirán muchos azotes[5]. Pero en ambos casos les llega el fin de los azotes, tanto al que recibe pocos como al que recibe muchos. Cuando un padre le da unas palmadas a su hijo, siempre llega un momento en que deja de hacerlo.
El hijo pródigo es un perfecto ejemplo de eso. Por muy lejos que estuviera, en una provincia apartada, y aunque había desperdiciado sus bienes viviendo perdidamente y había hecho todo lo que no quería su padre que hiciese, ¡seguía siendo su hijo! Al final volvió a casa, otra vez al hogar paterno. Entonces, el hijo mayor se quejó de que el padre estaba tratando muy bien al joven. Le dijo: «Yo he permanecido junto a ti todo este tiempo, he sido fiel, ¡y resulta que das un banquete en honor de ese sinvergüenza que lo despilfarró todo y que ahora vuelve sin nada!» El padre respondió: «El que estaba muerto ha vuelto a la vida, se había perdido, pero ya lo hemos encontrado; por eso nos regocijamos. Pero ahora todo lo que tengo es tuyo»[6]. En otros términos, el hijo mayor se iba a llevar la recompensa; él era el que heredaría las propiedades, la casa, la tierra, el ganado, y sería el futuro cabeza de familia, todo.
El hijo menor, sin embargo, iba a tener que trabajar en la finca. Había perdido su herencia. No perdió sus derechos de nacimiento, porque su derecho de nacimiento consistía en que era hijo, y seguía siendo hijo, era reconocido como tal y su padre lo recibió y hasta le permitió vivir en su casa. ¿Qué mejor ejemplo de la salvación puede haber? Lo había perdido todo excepto su lugar en la casa del padre y en su mesa. Lo había perdido todo menos su salvación.
El padre le dijo al hijo mayor: «Hijo, tu hermano despilfarró su herencia, la tiró por la ventana, de modo que ahora todo es tuyo. Pero él sigue siendo mi hijo, todavía puede vivir en la casa, trabajar en la finca y comer en la mesa».
Estoy convencido de que tenemos una salvación eterna, una seguridad eterna, porque hay muchísimos versículos que lo dicen. Los partidarios de la doctrina de la santidad se apoyan en otros versículos para convencer a la gente de que nadie está seguro, de que se puede perder la gracia y todo eso. Es posible perder la gracia o el favor del Padre, como le pasó al hijo pródigo, pero no se pierde el derecho a formar parte de la familia de Dios. ¡No se deja de ser hijo!
Recuerdo que cuando me portaba mal de niño pensaba eso: «¡Uy!, no querría morirme así y tener que presentarme delante del Señor ahora mismo. Me daría tanta vergüenza que no querría ver al Señor. No querría que me pillara así, morir así y tener que presentarme delante del Señor en este estado». No dudaba de que fuera a ver al Señor, sino que me daba un poco de vergüenza presentarme ante Él en las circunstancias en que me encontraba en ese momento.
Cuando mi madre era chica, de 12 años más o menos, una vez que estaba visitando a su tía abuela Amanda, ésta dijo que era una santa y que ya no tenía pecados, que había alcanzado la perfección inmaculada y ya no podía pecar, que era imposible para ella cometer pecados, porque había alcanzado la «tercera obra de la gracia». Sabe Dios qué sería eso. Mi madre la miró maravillada, al pensar que era una santa inmaculada, que no podía pecar. Porque mi madre sabía que ella misma muchas veces hacía cosas que no tenía que hacer y se preguntaba a veces si se podría salvar. Total que mi madre contemplaba con asombro a aquella tía abuela Amanda que estaba salvada, santificada, purificada e inmaculada, y que «no podía pecar». ¡Hasta que una semana más tarde le lanzó una plancha de hierro al tío John!
El hermano Brown, de Valley Farms, era otro que creía en eso de la perfección inmaculada; se creía purificado y santificado. Le pregunté: «Entonces, ¿por qué el Padrenuestro dice: “Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a los demás”?» Y él me respondió: «Es que esas deudas no son pecados, sino algo así como equivocaciones». Yo repliqué: «Pues entonces, ¿por qué en el otro evangelio en que aparece esa misma oración está traducido como “perdónanos nuestros pecados”?»
Una salvación por obras no sería salvación. No nos la podemos merecer por nuestra bondad. Las buenas obras no nos salvan, por muchas que hagamos. «Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios»[7]. Es imposible salvarse uno mismo. La vida eterna la tienes a través de Su Hijo, que es el don de Dios, y no la puedes perder, porque Él te guardará. Eres Su hijo. ¡Eres del Señor para siempre!
«Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios». 1 Juan 5:13 RV 1995
Artículo publicado por primera vez en julio de1988. Texto adaptado y publicado de nuevo en mayo de 2015.
[1] Juan 3:36.
[2] Juan 3:36 RV 1995.
[3] Romanos 10:9-10.
[4] Apocalipsis 21:4.
[5] Lucas 12:47-48.
[6] Lucas 15:20-32.
[7] Efesios 2:8-9.
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