Pandilleros le disparan ocho veces. Un ángel le salva la vida

febrero 27, 2015

Michael Ashcraft y Mark Ellis

Una noche de 2004, pandilleros le dispararon en ocho ocasiones al músico Marcus Stanley en las calles de Baltimore. El artista temió que SI sobrevivía, su carrera musical terminaría.

En aquel entonces tocaba el piano con el cantante de R&B Chris Brown. Su vida giraba en torno a conciertos de góspel con músicos como Donnie McClurkin, pero no prestaba mayor atención al Evangelio. Lo que más le gustaba era el dinero y el estilo de vida extravagante.

—No prestaba mayor atención al mensaje. Cristo no tenía mayor importancia en mi vida —explicó Stanley a la CBN—. Mi atención se centraba en llegar a la cima: en ser un músico exitoso y tocar con grandes artistas. El dinero también tenía un papel fundamental, porque era dinero fácil.

Pero los emocionantes días de fama y fortuna terminaron en tragedia. La policía sospecha que el intento de asesinato fue un caso aleatorio de iniciados ganándose su puesto en una pandilla.

—Llegábamos tarde cada noche —le dijo Stanley a la CBN—. Yo me dirigía a la tienda cuando me di cuenta de que no tenía mi cartera. Todavía no había llegado a la tienda, así que me di la vuelta para ir a por la billetera y los vi parados en la esquina mirando.

Uno de los seis pandilleros, el líder de la banda, se le acercó y le dijo:

—¿Qué haces por aquí, compadre?

—Relajándome, amigo —respondió Stanley, mientras caminaba. El resto de la pandilla lo rodeó.

—Pues llegó el momento de despedirse, colega —anunció el líder de los muchachos. Sacó de la chaqueta una pistola calibre .45 y le disparó a quemarropa.

El fogonazo cegó momentáneamente a Stanley y cayó al suelo. Siente tiros más le llovieron desde una corta distancia.

—Luego de ver el fogonazo del arma, recuerdo caer al suelo. En ese momento vi un ángel que se paró enfrente de mí— continuó Stanley.

Al parecer, el ángel desvió algunas de las balas, salvándole la vida.

—Yo mido dos metros, por lo que el ángel debía medir casi dos metros y medio —explicó Stanley a CBN—. Lo único que vi fue una figura transparente. No vi alas ni nada parecido. Lo único que alcancé a divisar fue una figura traslucida que se interpuso entre mi cuerpo y los asaltantes.

Stanley escuchó la voz de Dios diciéndole que no se moviera. Sostuvo el aliento y esperó a que los asesinos se alejaran. Cuando se subieron a un coche y se alejaron a toda prisa, Stanley respiró profundamente. Oh Dios… oh Dios..., lloró suavemente. A su alrededor se formaba un charco de sangre. Intentó levantarse, pero no lo consiguió.

Por primera vez en su vida, oró al Señor de la Vida. El mismo Dios que invocan los cantantes de gospel.

—Yo repetía: Ayúdame, Dios. Ayúdame a sobrevivir —continuó Stanley—. Lo único que recuerdo es que intentaba mantenerme despierto. Pensé que esa sería la clave.

—Me sentía como en una película. Las películas suelen retratar esa experiencia. Uno realmente ve las luces y repasa toda su vida en cuestión de segundos. Fue exactamente igual, excepto que empecé a considerar lo que sucedería si moría. En ese momento comprendí que nadie nunca sabría lo que había ocurrido.

Stanley se arrastró de la calle a la acera. Intentó llamar la atención de varios conductores, pero nadie se detuvo a ayudarle.

Entonces recordó que tenía consigo su teléfono móvil. Lo sacó y marco el 911.

Cuando la policía llegó, dibujaron su entorno con tiza y acordonaron el área con cinta. Aunque a su alrededor todo emanaba muerte, Stanley comenzó a orar para sobrevivir.

Una vez que los paramédicos lo llevaron al hospital, los doctores le cortaron la ropa. Las heridas de bala eran terribles. Mi cuerpo parece muerto, como si no debiera estar vivo, pero lo estoy, pensó.

El médico de turno expresó:

—No creo que sobreviva.

Cuando lo llevaron a quirófano, los médicos parecían asombrados de que siguiera respirando y estuviera consciente.

Antes de la operación, Stanley vio algo impresionante.

—Recuerdo ver al mismo ángel que estaba en la calle. Estaba con los brazos cruzados. No hizo nada ni dijo nada. Solo inclinó la cabeza como para indicarme que todo iría bien.

En ese preciso instante, Stanley sintió la paz de Dios.

Los doctores trabajaron durante ocho horas para salvar su vida. Le cosieron el colón, le extirparon la mitad del estómago y del páncreas, y le quitaron el bazo.

Después de la cirugía, los nervios de brazo quedaron dañados. No sentía su mano derecha. Pensó que su carrera musical había concluido.

Sorprendentemente, luego de tres meses de rehabilitación, volvió a caminar e incluso a tocar el piano.

A pesar de la fantástica intervención divina para preservarlo con vida, Stanley no se encontraba listo para recibir a Jesús como su Señor y Salvador. Volvió a perseguir sus sueños en el mundo de la música.

Pero la necesidad de calmantes después de la cirugía lo llevó a la drogadicción. Cinco años después estaba tan asqueado con su estilo de vida que decidió finalmente entregarse de lleno a Jesús.

Stanley tocó fondo. Y entonces estuvo listo para rendirse. Clamó a Dios y entregó su vida por entero a Jesucristo.

—Llegué a tal estado de desesperación que dije: «No puedo seguir haciendo esto». En ese preciso momento, mi vida y metas cambiaron. Lo único que hice fue decir: «Necesito a Jesús». Me tomó mucho tiempo llegar a ese punto —aseguró Stanley a CBN.

Más adelante descubrió que su cirujano encontró a Dios como resultado de la operación de Stanley.

—Reconoció que no fue posible que él realizara solo esa operación.

Hoy Stanley emplea su talento para el reino de Dios. Toca música y habla en escuelas secundarias y ante audiencias juveniles.

—Lo más importante no es la música —explica Stanley—, sino lo que Dios ha hecho en mi vida. Procuraré darlo a conocer en todo lo que haga y mostrar Su gloria.

Tomado de http://blog.godreports.com/2014/12/gang-members-shot-him-eight-times-an-angel-helped-save-his-life. El mismo Marcus Stanley narra su historia en el video de YouTube (en inglés) al final del artículo.

 

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