febrero 16, 2015
Son muy pocos los que a propósito tratan mal a los demás o que intencionalmente los tratan sin amor. Ahora bien, es muy fácil dejar que la multitud de quehaceres quiten importancia al amor en la escala de prioridades. También es fácil caer en la tendencia a evaluar la conducta ajena y determinar inconscientemente que algunos se merecen más nuestro tiempo y atención que otros. Son tendencias normales y humanas, pero eso no impide que cuando falta el amor, cuando no se manifiesta amor, las consecuencias puedan ser terribles. Puede desanimar a la gente y perjudicar nuestro testimonio.
Como bien saben, una persona no tiene que ser perfecta para merecer nuestro amor. No hace falta que sea el perfecto compañero de trabajo. No tiene que ser intachable, ni estar siempre alegre y ser considerado; no tiene que trabajar infatigablemente ni tener una personalidad que caiga bien con facilidad o con la que sea fácil llevarse bien. De hecho, no creo que ninguno de nosotros manifestemos todas esas cualidades en todo momento, ya que nadie es perfecto. Sin embargo, por ser representantes de Jesús nuestro cometido es manifestar amor. Es lo que hacemos, en eso consiste nuestra misión. El amor es nuestro sello característico, ¡o debería serlo! «En esto conocerán todos que sois Mis discípulos, si tuviereis amor los unos por los otros»[1].
Creo que es posible que periódicamente todos tengamos que pedir al Señor que nos baje los humos un poco y nos vuelva a llenar de Su amor y Su perspectiva para la situación en que estemos. Al encontrarnos en medio de nuestro trabajo, las presiones y el estrés de la vida, a veces resulta fácil adoptar una actitud negativa hacia otros, o tender a erigirnos en jueces. Es propio de la naturaleza humana la tendencia a medir a otros y, sin darnos cuenta, caer a veces en opiniones negativas.
Adoptar una opinión negativa sobre los demás puede llegar a convertirse en un círculo vicioso de criticar y juzgar, en vez del círculo virtuoso de fortalecimiento que desea el Señor; de ayudarse mutuamente, manifestarse amor en los días malos, perdonarse los errores, ayudarse los unos a los otros a no caer en sus puntos flacos y poner de manifiesto los puntos fuertes de los demás. El amor engendra amor. Anima a los demás a dar lo mejor de sí. Hace descender las bendiciones del Señor. Infunde felicidad. Cuando hay falta de amor, por lo general también se genera un ciclo. La falta de amor da lugar a más problemas, que a su vez generan más faltas de amor.
No pongas la vara demasiado alta para los demás. Si no, nadie la alcanzará. Nadie dará la talla. Ninguno de nosotros es lo bastante bueno para ello. Pidamos al Señor que nos llene de Su amor incondicional y que este se manifieste en la comunicación que tenemos con otros.
El amor de Jesús es lo bastante fuerte y puro para soportar nuestras faltas, pecados y errores, que son muchos por ser humanos. Pide al Señor que te infunda esa clase de amor; un amor que se interesa por los demás, independientemente de que congenies con la otra persona, que te parezca que tienes suficiente tiempo o consideres que el otro merece tu tiempo. Un amor que se manifieste aunque otro invada tu espacio personal o interrumpa tus planes. Un amor que aprecie a las personas por lo que son: alguien a quien Jesús ama, alguien que Él puso en tu camino y a quien quiere amar a través de ti. Un amor que se manifieste aunque la otra persona sea impuntual, egoísta, maleducada, desarreglada o desorganizada, o se equivoque de plano.
El estrés es muy peligroso para el amor. En el momento nada nos parece más grande que lo que nos esté estresando. Es indudable que resta categoría al amor en la escala de prioridades. El egocentrismo también es peligroso para el amor. Cuando te centras en tus propias necesidades y en lo que quieres hacer no puedes ver las necesidades ajenas y mucho menos molestarte por satisfacerlas. La falta de fe también es peligrosa para el amor. Hace pensar que dar a los demás tiempo, cariño, amistad, o lo que sea, nos perjudicará en algún sentido.
Los resentimientos, las rencillas que nos negamos a dejar de lado y los agravios no perdonados, también pueden incapacitar para manifestar amor durante un largo período de tiempo, hasta que se esté dispuesto a olvidar el pasado y atreverse a intentar otra vez. La pereza es otro obstáculo; despreocuparnos o esperar que otro dé el primer paso o manifieste a los demás el amor que necesitan. Otra causa es el egoísmo, pensar que basta con lo que hacemos, que ya damos lo suficiente.
Son muchas las excusas por las que no se manifiesta amor, y todas nos parecen justificadas si solo estamos dispuestos a amar cuando es fácil. Ahora bien, cuando oímos el clamor de quienes están dolidos por la falta de amor, cuando vemos el sufrimiento que causa la falta de amor, es evidente que las excusas no valen. Se capta un atisbo de la perspectiva del Señor.
Como nos enseña 1 Corintios 13, por mucho empeño que pongamos en el trabajo que desempeñamos para el Señor y los demás, eso no será nada sin amor. Nuestros sacrificios no valen nada sin amor. Cada uno de nuestros denodados esfuerzos carece de valor sin amor. El amor debe ser lo que nos motive.
Lo que nos impulse tiene que ser el amor. Y será lo que mantenga el equilibrio. Será lo que nos motive a interrumpir lo que estemos haciendo para ayudar a otro, simplemente porque lo necesita. Nos infundirá la fortaleza para seguir adelante cuando sea lo que más falta haga. Nos ayudará a ver a otros con los ojos del Señor.
Por mucho que trabajemos, oremos por frutos y nos esforcemos por obtenerlos, si no tenemos amor —amor verdadero, amor que perdure a pesar de las imperfecciones, las batallas, los días malos, los problemas, las personas desagradables y todo lo demás—, no lograremos nada. Sin amor, de nada sirve[2].
Uno de los factores que dan lugar a la falta de amor es atarearnos tanto, concentrarnos tanto en cumplir con las obligaciones o en alcanzar los objetivos, que dejemos de dedicar tiempo a cultivar el amor; amor entre nosotros y los demás, amor en nuestro corazón y amor a Jesús, así como a recibir el amor de Él.
Pide al Señor que te enseñe a amar. Aprender a amar es un arte, no una cualidad innata. Es algo sobrenatural. Es celestial. Eso significa que si quieres que se haga realidad en ti tendrás que dedicar algo de tiempo, reflexión y oración al asunto. No mejorarás automáticamente en ese sentido.
Si quieres tener más amor, tendrás que buscarle tiempo. Evalúa tu vida y tus metas, y deja tiempo para el amor. Busca tiempo para la amistad; no solo con las personas a las que te sientas más unido o con las que te lleves bien por naturaleza, sino date tiempo para cultivar la amistad con las personas con quienes trabajas o que son parte de tu vida. Busca tiempo para amar sin esperar nada a cambio, hacer algo por alguien solo para que su vida sea más fácil.
También busca tiempo para pasarlo con Jesús, para alabarlo y amarlo, para recordar lo maravilloso, incondicional y perdonador que es Su amor y pedirle que se manifieste más en tu vida.
Destina un tiempo a sanarte y limpiarte espiritualmente si te has desviado en ese sentido. Puede que tengas que pedir perdón. Quizá debas pedir oración. Y tal vez tengas que efectuar cambios.
Que se nos conozca siempre por nuestro amor. Creo que es algo que todos queremos que se diga de nosotros: que somos amorosos, que les facilitamos a los demás el portarse bien. El amor es un componente vital de la misión. La misión se edifica sobre el amor; el amor de Jesús y el deseo que tiene Él de que todo el mundo sienta y reciba Su amor.
El Señor quiere bendecirte con el amor y la camaradería que necesitas para sentirte realizado y feliz. Quiere valerse de ti como vasija de Su amor. Dar a otros a través de ti. Quiere que te esfuerces a fin de que ames más de lo que creías que eras capaz. Todo lo que vale cuesta; y con los lazos, dones y sacrificios de amor es igual.
Cuando te parezca que te falta amor, recuerda que Él te puede dar más y que nunca se le agota. El amor es un milagro. Pide al Señor un milagro, que te infunda más de Su naturaleza, y no te fallará. Te llenará el corazón hasta rebosar. ¡Él siempre te dará más!
Artículo publicado por primera vez en julio de 2009. Texto adaptado y publicado de nuevo en febrero de 2015.
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