febrero 11, 2015
Fue casi una revelación cuando alguien me dijo: «Gracias. Me haces sentir amado». Supongo que de alguna manera pensaba, al menos en mi subconsciente, que para compartir el amor del Señor debía sentirlo fluir desde mi interior. Tal parece que me perdí una lección de ese curso. La verdad es que estaba cumpliendo con las formalidades al responder a la solicitud de ayuda de alguien. Yo era su única opción. Mi motivación no era producto de una sensación especial ni un deseo particular. Ciertamente no me animaba un amor pulsante.
Al principio me sorprendí. ¿Cómo funciona? ¿Cómo pueden otros sentir el amor del Señor mediante nuestras acciones, cuando el dador no siente una chispa especial, sino que lo hace por cumplir su deber? Cuando cumple con las formalidades en obediencia a los principios de la Palabra de Dios.
Sin embargo, cuando pienso en mí y en la manera que agradezco la ayuda de los demás, no es ninguna sorpresa. ¿Debo asumir que cuando otros responden a mis solicitudes de ayuda, lo hacen solo movidos por un efusivo sentimiento de amor y compasión? ¿O suelen actuar como transmisores de Jesús al brindar una mano amiga, ya sea que sientan el amor en su interior como si no? Sin embargo, yo percibo el amor de Jesús en sus acciones, sin importar sus sentimientos. Lo considero un regalo del Señor.
El amor del Señor se ha hecho evidente en mi vida en un sinnúmero de maneras. Agradezco a los cientos de personas que me han ayudado, provisto para mis necesidades y ayudado a avanzar. Resulta humillante comprender que hay una buena posibilidad de que la mayoría de la ayuda recibida fue producto del amor por el Señor, la obediencia a Su Palabra y Su guía. Eso fue lo que los impulsó a poner su amor en acción. El amor es un verbo; no solo una emoción.
Jesús se dirigió ayer a mí personalmente. Empecé a entender cuán egoísta es derrochar energía y dar de mí y de mi tiempo solo en las cosas que me producen alguna clase de gratificación personal. En ese momento repasé todas las acciones desinteresadas que hago cada día. Hasta entonces, pensé que daba sin parar. Pero la verdad es que no hay muchas situaciones en las que me comprometo a dar sin esperar nada a cambio, sin un sentimiento de gratificación. Hasta limpiar el suelo del excusado me recompensa con un ambiente agradable. Pasar horas cocinando para una ocasión especial significa que comeré a gusto y que disfrutaré del menú que escoja. Es una forma de encontrar inspiración en mis quehaceres. ¿Pero ofrecería de mi tiempo y energía si no recibiera nada a cambio, al menos no de momento o en esta vida?
¿Qué regalo de amor puedo ofrecer a otros? Una acción que signifique mucho para otros y que les haga sentir un enorme abrazo de ánimo de Jesús. Aunque al principio yo no sienta ni una diminuta chispa de alegría. Él me llama a ser Sus manos, Su cuerpo, Su lengua, ojos y oídos en la tierra para quienes necesitan saber que Él cuidará de ellos. Él puede ser quien sienta siempre la compasión, y las personas a quienes ayudo serán receptores de las emociones de Su amor. Mi trabajo consiste en ser el conducto, tanto si me siento feliz de hacerlo como si no.
Hoy buscaré nuevas oportunidades de brindar amor. Serán maneras novedosas y distintas a mi amor superficial. El grado de amor que los demás sienten no depende de mis caprichosos sentimientos, sino de mi sintonía con lo que el Señor y Su Palabra me indican que realice. Si cabe decirlo, estoy dispuesta a hacerlo con entusiasmo y mucho estilo.
Es todo lo que Él pide cuando dice «ámense los unos a los otros». La recompensa y alegría que producen un acto de amor se sienten arriba, en la tierra del amor, donde seremos capaces de sentir mucha más alegría.
Momentos después de escribir los anteriores párrafos, tuve mi primera oportunidad. Una ocasión de dar por encima de mi gratificación personal. ¿Estaríamos dispuestos a permitir a un invitado quedarse en nuestra pequeña residencia por tres meses más? Ha pasado más de un año desde que nos pidió quedarse por un mes o dos. Puede ser un reto vivir tan apretados y con un solo baño, entre otras cosas.
Entonces lo recordé. Una idea se formó en mi mente. Escuché la voz de los ángeles: «Esta es tu oportunidad de dar sin obtener ninguna forma de gratificación. El Señor te lo recompensará.» Así que dije que sí con alegría y de inmediato sentí un dejo de satisfacción. Fue como si hubiera realizado una de las labores más importantes del día.
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