enero 27, 2015
No te hagas ningún ídolo, ni nada que guarde semejanza con lo que hay arriba en el cielo, ni con lo que hay abajo en la tierra, ni con lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te inclines delante de ellos ni los adores. Éxodo 20:4-5[1]
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Queridos hijos, apártense de los ídolos. 1 Juan 5:21[2]
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Cuando oímos hablar de un ídolo, a menudo pensamos en estatuas y objetos que nos recuerden aquello que adoraban los paganos de las culturas antiguas. Sin embargo, en muchos casos, los ídolos del siglo XXI no se parecen a los objetos de hace miles de años. En la actualidad hemos reemplazado «el becerro de oro» por un impulso insaciable de escalar posiciones hasta llegar a la cúspide de una empresa o por miles de otras búsquedas apasionadas. Y, lamentablemente, quienes persiguen con empuje esos sueños y objetivos y dejan excluido a Dios, en muchos casos son admirados por su individualismo y empuje. Al final, sin embargo, no importa qué placer vacío perseguimos o ante qué o quién nos inclinamos, el resultado es el mismo: separación del Dios verdadero.
Entender cuáles son los ídolos contemporáneos nos ayuda a comprender por qué los ídolos son una gran tentación. Un ídolo puede ser lo que sea que pongamos delante de Dios en nuestra vida, lo que sea que tire de nuestro corazón más que Dios, como por ejemplo las posesiones, las profesiones, las relaciones, los pasatiempos, los deportes, el entretenimiento, las metas, la codicia, las adicciones a las bebidas alcohólicas/las drogas/las apuestas/la pornografía, etc. Muchas de las cosas que idolatramos pueden ser muy buenas, como por ejemplo las relaciones o las carreras profesionales. Sin embargo, las Escrituras nos dicen que lo que sea que hagamos lo hagamos todo para la gloria de Dios[3], y que solo sirvamos a Dios[4]. Por desgracia, a menudo Dios no se encuentra en ningún lado, mientras con entusiasmo vamos en busca de nuestros ídolos. O peor todavía, en muchos casos, dedicamos bastante tiempo a esa búsqueda idólatra y eso nos deja poco o nada de tiempo para el Señor.
[…] Las alegrías de este mundo que con frecuencia buscamos jamás satisfarán el corazón humano. Como Salomón expresa de manera excelente en el libro de Eclesiastés, la vida es en vano si no se tiene una buena relación con Dios. Fuimos creados a imagen de Dios[5] y diseñados para adorarlo y glorificarlo, pues solamente Él es digno de nuestra adoración. Dios ha puesto «eternidad en el corazón del hombre»[6] y tener una relación con Jesucristo es la única manera de cumplir ese anhelo de vida eterna. S. Michael Houdmann[7]
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¿A cuántos les ha sido fácil aceptar que sus ídolos sean destruidos? Si a ti te ha resultado fácil, ¡eres excepcional! A la mayoría le cuesta bastante. Tenemos la tentación de decir: «Señor, ¿podríamos quedarnos únicamente con este ídolo pequeño? Lo he adorado muchos años, le tenía un gran aprecio y pensé que era excelente. Ahora que sé que no es así, ¿podría guardarlo en algún rinconcito de la casa? Al fin y al cabo, me costó un montón de dinero y le dediqué mucho tiempo. Aunque de poco sirva, si no es útil y ya no puedo seguir adorándolo, ¿por lo menos podría guardarlo en algún sitio?»
¿Verdad que eso pasa con un montón de cosas? ¿No te has sentido así? Como si dijeras: «Señor, ¿para qué voy a renunciar a esto? No es tan malo, antes estaba bastante bien. Me parecía excelente. Quizás no sea útil, ¡pero por lo menos no es dañino! ¿Podría por lo menos dejarlo guardado en algún rincón?»
Luego, ¡zas! Así, nada más. Llega Dios, hace pedazos el ídolo y dice: «No tengas otros dioses además de Mí»[8]. Lo que no está del todo bien no está bien. Y cuando te das cuenta de que algo no es del todo cierto y el ídolo se hace trizas, duele. Y no es fácil aceptarlo.
En la Biblia se habla de quienes destruyeron ídolos, y de los reyes que dijeron que tendrían un reavivamiento religioso y que volverían al Señor, pero no destruyeron los ídolos, ni derribaron los altares y dejaron las imágenes… Eso no le agradó al Señor. A pesar de que tuvieron un reavivamiento religioso y volvieron a adorar al Dios verdadero, no se pusieron a destruir ídolos. No se cortaron la retirada. No desengancharon el arado de los bueyes para sacrificar a estos encima.
Como el relato del águila que había estado largo tiempo encadenada a una estaca en medio de un patio. Había abierto un surco en el suelo de tanto dar vueltas y más vueltas. Cuando el águila estaba poniéndose vieja al dueño le dio lástima y pensó: «La voy a soltar. La dejaré en libertad». Entonces, le quitó la anilla metálica de la pata, la levantó y la lanzó al aire. ¿Qué creen que sucedió? El águila apenas podía volar. Dio unos cuantos aletazos, cayó de nuevo al suelo, caminó de nuevo hasta su viejo surco y comenzó a dar vueltas. Sin la cadena. Sin el aro. Solo por la fuerza de la costumbre.
Acaba con el hábito. Haz añicos la oportunidad de regresar a él. ¡Destruye el ídolo! Elimínalo de tu vida, deshazte de él. David Brandt Berg
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No tener ídolos nos ayuda a cumplir con el principal mandamiento: amar a Dios. ¿Qué amas más que a Dios? Aparte de Dios, ¿en dónde buscas seguridad? ¿De dónde obtienes tu sentido de identidad, aparte de Dios? Esas son las cosas que debes poner en el altar. Ese es tu mayor arrepentimiento. Quizá todo eso no sea malo por sí solo, pero si para nosotros es más que Dios, hemos hecho un ídolo de esas cosas y debemos arrepentirnos.
Sea lo que sea que busques para tener seguridad, consuelo, certeza o validación, lo que sea que busques para sentirte mejor o que te dé placer por encima o además de Dios, es idolatría. […] Cuando digas «amo a Dios», pero lo que más te importa es lo que otros piensen de ti, tienes un problema. Cuando digas: «Sé que Dios proveerá para mí», pero toda tu esperanza y confianza está en tu carrera, eso es idolatría. Sucede cuando vemos algo por encima de Dios como la fuente de la vida.
Cuando se trata de Dios, sencillamente empezamos a amarlo de una manera práctica. Lo hacemos el tesoro de nuestro corazón, a diario. Solo empieza el día diciendo: «Jesús, eres mi tesoro. Eres lo que desea mi corazón. Te amo. Ayúdame a amarte hoy.» Seguidamente, pastoreamos nuestro corazón, con Su ayuda. Notamos en dónde busca nuestro corazón el amor, aprobación, consuelo o afirmación, y en esos momentos nos arrepentimos. Rogamos: «Jesús, perdóname por tener este ídolo. Límpiame en esto, dame aquí tu santidad. Renuncio a este ídolo. Elijo a Dios.» En esos momentos, damos nuestro corazón a Dios de nuevo y de una manera más profunda. John Eldredge[9]
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Actualmente, ¿qué clase de ídolos adora la gente? Adora las obras de sus manos[10]. En la actualidad, ¿Qué apasiona a la gente? ¿Cuáles son las cosas por las que se endeuda? Todo tipo de lujos, equipos electrónicos, hermosas casas de lujo, edificios bellísimos de millones de dólares. ¡Cosas, cosas, cosas! ¿En qué invierte la gente la mayor parte de su tiempo y dinero? En las «obras de sus manos», a lo que dedica la mayor parte de su tiempo, devoción y fuerza.
«Mi pueblo ha trocado su gloria por lo que no aprovecha. Porque dos males ha hecho Mi pueblo: me dejaron a Mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua»[11]. El mensaje dado por medio de Jeremías estaba dirigido a un pueblo que había olvidado a su Dios y que había recurrido a los ídolos.
Como dice la Palabra de Dios, la gente se interesa por lo novedoso[12]. Pero no hay nada que la satisfaga, ningún amor que dure, ninguna felicidad que por siempre sea suya. Están amargados, desolados y dolidos. Son cautivos de sus pasiones y prisioneros de sus esperanzas y deseos truncados y de sus limitantes debilidades humanas. Porque aunque el cuerpo es terrenal y se satisface con las cosas de la tierra, el espíritu humano —la personalidad intangible de tu ser verdadero que habita en dicho cuerpo— jamás encontrará plena satisfacción en nada que no sea la unión total con el gran Espíritu amoroso que lo creó. Él es el poder y la vida del universo al que la Biblia llama amor, porque «Dios es amor»[13], el mismísimo espíritu del amor. El amor verdadero, eterno, genuino e infinito que proviene de un Amante que nunca abandona, el amante de todos los amantes, el propio Dios. David Brandt Berg
Publicado en Áncora en enero de 2015.
[1] NVI.
[2] NVI.
[3] 1 Corintios 10:31.
[4] Deuteronomio 6:13.
[5] Génesis 1:27.
[6] Eclesiastés 3:11.
[7] http://www.gotquestions.org/idol-worship.html#ixzz2wssvtiso.
[8] Éxodo 20:3 NVI.
[9] The Utter Relief of Holiness (FaithWords, 2013).
[10] Jeremías 1:16.
[11] Jeremías 2:11,13.
[12] Hechos 17:21.
[13] 1 Juan 4:8.
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