Cómo lidiar con el desasosiego

enero 21, 2015

Steve Hearts

El desasosiego es una sensación que todos experimentamos en algún momento de nuestra vida. En el caso de los cristianos, uno de los motivos más frecuentes de desasosiego es el deseo de encontrar la perfecta voluntad de Dios y de alcanzar o desarrollar nuestro máximo potencial. En épocas recientes yo también he lidiado con esa sensación.

Sé que Dios me ha encomendado algunas tareas y tengo muchas ganas de iniciarlas pronto. Una de ellas es el ministerio de sanación y otra, ser escritor. Pero también sé que debo acatar las indicaciones de Dios y no apresurarme, a menos que Él lo indique. Las condiciones deben ser propicias o podría adelantarme al Señor.

Cuento además con fuertes deseos personales. Me gustaría tener a alguien con quien compartir mi vida. También me encantaría relacionarme más con algunos miembros de mi familia de quienes me he alejado durante años a causa de mi ministerio. Deseo estrechar lazos con ellos y que nos pongamos al día. Me he preguntado si esos deseos forman parte del plan de Dios para mi vida y si podré hacerlos realidad sin dejar de lado el llamado que he recibido de Él.

Si bien el ministerio de testificación en el que participo ha crecido exponencialmente, siento un deseo cada vez mayor por dedicarme a otras labores y cambiar de aires. Algo como la graduación de un año al siguiente en el colegio. Ello me hace pensar: ¿Se trata de la voz de Dios en mi interior o solo de mis propias emociones? ¿Es verdaderamente el momento de cambiar y pasar a otra cosa, o debo permanecer en mi puesto por un tiempo más?

En el pasado, esos interrogantes aumentaron hasta convertirse en un torbellino de emociones, confusión y frustración. Pero hace poco descubrí que, si bien este tipo de inquietud en ocasiones es la voz de Dios, Él no desea que vivamos presa del nerviosismo y la frustración. Ha prometido que si acudimos a Él, hallaremos paz para nuestras almas[1]. En claro contraste, la agitación que yo sentía creció hasta mermar mi alegría, gozo y paz interior. Cabe añadir que Dios desea que disfrutemos de tranquilidad y dominio propio[2]. Luego de esa penosa experiencia, me encuentro en el proceso de reducir esa ansiedad. Con la ayuda de Dios, dejará de ser una carga.

Los siguientes son algunos de los pasos que Él me ha indicado que debo dar:

Mi desasosiego, frustración y confusión se debían en gran parte a que no exteriorizaba mis sentimientos. Lo guardaba todo y me negaba a hablarlo con los demás. Soy por naturaleza bastante renuente a la comunicación. Suelo buscar excusas a mi naturaleza reservada, y hasta tengo la esperanza de que a la larga los demás me leerán la mente. Por supuesto que eso nunca ha pasado. No me cabe ninguna duda de que es mi orgullo el que me impide ser sincero y hablar abiertamente con otros. Aunque tengo la bendición de tener una relación íntima con el Señor, me ha ayudado mucho hablar abiertamente sobre mis inquitudes. Dios suele comunicarse conmigo mediante los consejos y la perspectiva de terceros.

Vale la pena acecarse al Señor con una mente abierta y sin una voluntad propia, ello a fin de conocer Su máxima voluntad. Pero renunciar a la voluntad propia no es tarea fácil. Es por eso que al buscar fervientemente la voluntad del Señor, repito una y otra vez las palabras de Jesús en el huerto del Getsemaní: «No se haga Mi voluntad, sino la Tuya»[3]. Cada vez que las repito, le pido al Señor que me ayude a decirlas de corazón, para que no se vuelvan vanas repeticiones.

En ocasiones busco las respuestas divinas a mis inquietudes, pero no recibo todas las respuestas que me gustaría. A veces el Señor solo me responde en parte. En un momento dado me sentí atrapado y sin rumbo. ¿Por qué no me ofrece el Señor la respuesta a todo lo que le pido, en vez de solo parte de la revelación? La respuesta me llegó en la lectura devocional de ese día, basada en Habacuc 2:3: «Aunque la visión tardará aún por un tiempo […]. Aunque tardare, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará». No podía ser más claro. Las respuestas que buscaba llegarían en el momento ordenado por Dios. Lo único que debía hacer era esperar. Desde entonces he recibido algunas respuestas en el momento en que Dios sabía que las necesitaba. No podrían haber llegado ni antes ni después.

Por ejemplo, por ese tiempo escribía artículos y los enviaba a diversos portales de Internet. Era una actividad que me ayudaba a sentirme realizado, pero tenía la certeza que eso pronto me llevaría al siguiente paso en mi deseo de ser escritor. Solo que no sabía cómo sucedería. Siempre había deseado escribir un libro, pero no tenía idea de cuál sería el tema. Sin embargo, hace muy poco, luego de escribir varios artículos más, se me ocurrió la emocionante idea —a forma de revelación— de modificar los artículos que he escrito y convertirlos en capítulos. Ello me permitiría reunirlos en un volumen. Esta iniciativa está en marcha. Esta revelación me ha dado la fe para seguir esperando en el Señor y saber que mis otras preguntas serán respondidas en el momento que Él indique.

Por último, pero no por ello menos importante, debo aprender a aceptar el descanso que me ofrece el Señor. Continúo aprendiendo al respecto. El ejercicio más efectivo es repetir una y otra vez: «Señor, acepto el descanso que me ofreces». No dejo de repetirlo hasta que se vuelve parte de mí. Claro que mi corazón y mi mente al principio protestan. Siento que una parte de mí se resiente al intentar revertir pensamientos y sensaciones habituales y aceptar la mentalidad de Dios. Pero la paz que al final experimento hace que todo valga la pena.

Quienes buscan descanso para su alma, tengan la certeza de que pueden encontrarlo. El Señor desea proporcionárnoslo. Lo único que debemos hacer es aceptar y recibirlo.


[1] Mateo 11:29

[2] 2 Timoteo 1:7

[3] Lucas 22:42

 

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