Libres de la condenación

enero 15, 2015

Palabras de Jesús

«Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte».  Romanos 8:1-2[1]

Si Yo morí por tus pecados, ¿por qué mueres por ellos? Sufrí por el perdón de tus pecados y lo hice de una vez por todas. Tienes Mi perdón y tus pecados están borrados. No ganarás nada si sigues pensando en ellos y deseando no haber hecho lo que hiciste. No puedes anular lo que hiciste mal, pero sí que puedes cambiar lo que haces ahora al aceptar Mi perdón.

Mi misericordia es como un arroyo fresco y cristalino en el que te puedes sumergir para limpiarte y lavar todo vestigio de culpa y condenación. La condenación no tiene poder sobre ti cuando te sumerges en las aguas poderosas y limpiadoras de Mi misericordia.

Lo único que tienes que hacer tú es hacer el esfuerzo, manifestar tu fe metiéndote en el arroyo de Mi perdón y sumergiéndote. Y las aguas purificadoras de Mi Espíritu harán el resto. Deja que las aguas de Mi misericordia te sostengan, envuelvan, abracen, den serenidad, reposo y te libren de culpa, remordimiento o condenación.

A medida que te envuelva, sentirás un amor sin límites, una gratitud inmensa por la liberación tan increíble que te he dado de las cargas que llevabas. Es como si te sumergieras en las aguas limpiadoras y renovadoras del río de la vida en el Cielo, donde todo lo que no proviene de Mí se desecha, y te limpias, te renuevas y te inunda una sensación increíble de amor y serenidad.

Cada vez que sientas la tentación de dejarte vencer por las cargas y pesos de la culpa, el remordimiento y la condenación, mira Mi rostro. Mírame como estaba cuando me crucificaron por ti. Mira las heridas en Mis manos y pies, horadados y quebrados por ti. Mira los cortes y las magulladuras que tengo en el rostro y la frente de los golpes que recibí por ti. Mira Mi corazón, quebrantado por ti. Mírame a los ojos y verás el gran amor y misericordia que te tengo.

Todo eso que sufrí y di por ti, ¿lo vas a tener en nada? Yo sé que no querrías. Pero eso es lo que haces si llevas la carga de la culpa y la condenación sobre tus hombros y te empeñas en sufrir por tus pecados. Me entregué por ti y morí en tu lugar para que recibieses el perdón e hicieras borrón y cuenta nueva por el peso de tu pecado y recibieras el amor incondicional que tengo. Si el cansancio y el peso de tu carga te agobian, ven a Mí, que Yo te haré descansar[2].

Deja que me lleve esos sentimientos y esa carga de culpa y de condenación. Cuando renuncias de buen grado a los pesos tediosos y gravosos de la culpa, el remordimiento y la condenación, y los colocas en Mis manos, te haces como un globo de helio que se eleva por encima de las cargas, los afanes, la sensación tenebrosa, la depresión y los pesos que llevas. Se te han dado alas para que te impulses hacia los cielos radiantes, soleados y translúcidos del futuro y las magníficas promesas que te he hecho, a fin de que jamás te vuelva a agobiar nada de eso que has dejado atrás y me has entregado.

¿Quieres deshacerte de esos pesos y sentimientos de culpa y condenación tan gravosos? Pues ven a Mí, donde hay luz, vida y libertad, donde no se siente el peso de las cargas que quiere echarte encima el Enemigo. Deja de lado los pesos, deja que se te resbalen por la espalda. Deshazte de ellos. Avanza hacia Mí y cree, y confía en Mi poder, Mis promesas, Mi amor y Mi misericordia. Tus pasos se volverán más ligeros mientras avanzas hacia Mí, con los brazos extendidos.

 

La tristeza que proviene de Dios

La tristeza que proviene de Dios produce el arrepentimiento que lleva a la salvación, de la cual no hay que arrepentirse, mientras que la tristeza del mundo produce la muerte.  2 Corintios 7:10[3]

Cuando tu corazón te condene, clama a Mí: «Jesús, ¡ayúdame!» […] Cuando me pides ayuda, manifiestas fe verdadera y me uno a ti en la batalla. Te recuerdo que ya pagué completamente por todos tus pecados. Seguirás pecando hasta que partas de este mundo, pero Yo te he dado una manera eficaz de enfrentar el pecado: la tristeza piadosa. Esa tristeza que promueve el crecimiento la motiva el amor e interés por aquellos a quienes has herido (incluyéndome a Mí). Es una obra del Espíritu Santo y trae consigo verdadero arrepentimiento que no deja pesar.

Cuando tu corazón te condene, recuerda que soy mayor que tu corazón y que lo sé todo[4]. Ven a Mi presencia con agradecimiento y confianza. Te aseguro que no hay condenación para quienes me pertenecen.

Crees que te he librado de tus pecados por medio de Mi muerte en la cruz; sin embargo, no dejas de luchar con los remordimientos. Anhelas vivir la plena liberación que he hecho posible, y Mi Espíritu puede ayudarte con eso.

Pide al Espíritu Santo que te ayude a librarte de los sentimientos acusatorios. Reconoce que esos sentimientos no tienen una base en la realidad. Luego, mírame con los ojos de la fe. Deléitame con Mi sonrisa celestial que también es de aprobación. Mientras más estés en comunicación conmigo al concentrarte en Mi presencia, más recibirás Mi amorosa afirmación. El mejor antídoto para los sentimientos de condenación es que experimentes el amor que siento por ti.

También puedes combatir los sentimientos de condenación al cavilar sobre las verdades del evangelio. El diablo es padre de mentiras y se especializa en el engaño. Enfrenta sus mentiras infernales con una verdad de la Biblia.

Finalmente, recuerda que Mi Espíritu es el Espíritu de la vida. Los sentimientos de condenación consumen tus energías, dejándote vulnerable. Conforme Mi Espíritu te llene de vida, tienes los medios para vivir en abundancia, plenamente[5].

Si Dios está a favor de nosotros, ¿quién podrá ponerse en nuestra contra? Si Dios no se guardó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos dará también todo lo demás? ¿Quién se atreve a acusarnos a nosotros, a quienes Dios ha elegido para sí? Nadie, porque Dios mismo nos puso en la relación correcta con Él. Entonces, ¿quién nos condenará? Nadie, porque Cristo Jesús murió por nosotros y resucitó por nosotros, y está sentado en el lugar de honor, a la derecha de Dios, e intercede por nosotros.  Romanos 8:31-34[6]

Artículo publicado por primera vez en agosto de 2008, a menos que se indique lo contrario en los párrafos correspondientes. Texto adaptado y publicado de nuevo en enero de 2015.


[1] Nueva Biblia al Día (NBD).

[2] Mateo 11:28.

[3] NVI.

[4] 1 Juan 3:20.

[5] Sarah Young,Jesus Lives (Nashville: Thomas Nelson, 2009).

[6] NTV.

 

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