El don del fracaso

octubre 9, 2014

Recopilación

Aprender de nuestras experiencias

A veces Dios se vale de las decepciones de la vida para acercarnos más a Él o para enseñarnos a ser más pacientes y a confiar. También puede servirse de ellas para volver a encauzarnos hacia Su voluntad. No permitas que el fracaso o la decepción te separen de Dios o te hagan creer que para ti las perspectivas son nulas. Cuando Dios nos cierra una puerta, a menudo nos abre otra… si es que la buscamos.

El apóstol Pablo dijo: «He aprendido a estar satisfecho en cualquier situación en que me encuentre»[1]. Escribió esas palabras cuando se encontraba en la cárcel, con los planes trastocados y un futuro del todo incierto. No obstante, la razón por la que era capaz de decir algo así era que había aprendido a ver la decepción y el fracaso desde la perspectiva de Dios, y a confiarle a Él su futuro. Ojalá pueda decirse lo mismo de nosotros.

Cuando la vida se vuelva en tu contra, haz tuya la oración del salmista, que rezó: «Señor, hazme conocer tus caminos; muéstrame tus sendas»[2]. Billy Graham

 

Cometer errores es una bendición

La realidad es que todos fracasamos en la vida, sin embargo, no darnos por vencidos y estar dispuestos a aprender, mejorar y crecer a consecuencia de nuestros errores es un verdadero regalo. A menudo nuestros fracasos marcan un hito en nuestra vida, un momento decisivo en nuestro camino. Nos proporciona una manera de poner a prueba nuestro valor y perseverancia, nos permite determinar qué tan firmes son nuestro compromiso y nuestra entrega. ¿Eres un farsante que se da por vencido apenas se le presenta la más mínima adversidad, o un luchador que tras un golpe que lo derrumba siempre vuelve a levantarse?

El fracaso te brinda una magnífica oportunidad de decidir hasta qué punto verdaderamente valoras algo. ¿Te darás por vencido? ¿O profundizarás más, te comprometerás más, trabajarás más duro, aprenderás y mejorarás? Por otra parte, a veces el fracaso te obliga a tomar un camino diferente que a la larga resulta mejor para ti… a veces tenemos que sacrificar un objetivo a fin de alcanzar nuestro destino. En algunos casos, el fracaso nos ayuda a darnos cuenta de que el objetivo que perseguimos no es el que en realidad nos conviene.

Sea cual sea el camino al que te conduzca el fracaso, en todo caso tiene también por objeto proporcionarte una buena dosis de humildad que servirá para moldear tu carácter, darte perspectiva, fortalecer tu fe y ayudarte a apreciar los éxitos futuros que alcances. Si nunca te equivocaras, no te convertirías en el tipo de persona que a la larga triunfa.

Por eso, la próxima vez que fracases, no dejes que eso te impida llevar la clase de vida para la que naciste, ni alcanzar el futuro que debes crear. Convéncete de que el fracaso sirve como prueba, como maestro, que es un desvío que a la larga te permitirá obtener mejores resultados y constituirte en una persona mejor.

El fracaso no tiene por qué ser definitivo ni fatal. Sirve para refinarte y ayudarte a alcanzar tu potencial.

Cuando entiendas que el fracaso es una bendición y no una maldición, lograrás transformar el don del fracaso en un peldaño que te conducirá hacia el don del éxito.  Jon Gordon[3]

 

Los fabulosos fracasados de Dios

¿Se frustró la misión de Elías cuando huyó de Jezabel después de su gran victoria en el monte Carmelo? ¿Su cobardía en el desierto no echó por tierra su anterior valentía? Después de matar a cientos de falsos profetas, huyó de una simple mujer. ¡Qué cuadro! Aquel profeta audaz, formidable e impresionante, el que había descollado entre todos los demás por estar lleno del poder y la fortaleza de Dios, el mismo que en la cima del Carmelo había hecho descender fuego de los cielos, huía esta vez temerosa y deshonrosamente. ¡El profeta de Dios temeroso de una mujer! ¿No supuso eso un descalabro, la ruina total de su obra? ¿No menoscabó aquello todo su testimonio? ¿No demostró que a fin de cuentas no era un gran profeta? ¿No ocasionó que sus seguidores lo abandonaran? ¿O será que Dios pretendía enseñarle algo que haría de él un profeta mejor, más humilde, el cual, después de regresar, no temería siquiera al rey, mucho menos a la reina?

Después de que Elías se dio cuenta de que Dios no solamente estaba en el fuego, en el trueno y en el terremoto, este hombre de fuego y trueno llegó a ser el manso hombrecito que escuchaba la voz de Dios, tranquila y apacible[4]. Había sido un magnífico profeta de condenación, destrucción y juicio, pero ahora le tocaba ejercitarse en el proceso lento y paciente de apacentar y conducir a las ovejas.

¿No fue una desgracia y un terrible golpe para su causa que Jeremías, el gran líder de los profetas de destrucción, fuera colgado de un tronco frente a la puerta de la iglesia, para que sus hermanos le escupieran en la cara, o que sus enemigos lo enterraran en el barro hasta las axilas y su buen amigo Ebed tuviera que acudir a su rescate? Y finalmente, ¿no fue lo más escandaloso que terminara en la cárcel y que lo consideraran un traidor y criminal desleal a su nación y a su propia gente?[5] Sí, ¡pero no ante Dios! Todo fue parte del plan de Dios para mantenerlo humilde y dependiente del Señor, confiando en Él.

¿Se equivocó Dios? ¿O estaba tratando de demostrar que Él puede valerse de cualquier cosa —inclusive de ti— al darnos unos ejemplos tan alentadores por medio de Sus fabulosos fracasados, sus osados marginados que se atrevieron a confiar en Él a pesar de sí mismos, y le dieron toda la gloria porque sabían que debía hacerlo Dios!  David Brandt Berg

 

Sobreponerse al fracaso

A menudo el camino al fracaso está pavimentado de buenas intenciones. Solo cuando llegamos al final de ese camino, cuando se nos agotan los recursos, accedemos a la abundante gracia de Dios.

Pedro, por muy bienintencionado que fuera, le había fallado a Jesús en varias ocasiones. Durante la Última Cena, Jesús quiso lavarle los pies, pero él protestó: «Jamás permitiré que me laves los pies». A lo que Jesús respondió: «Si no te los lavo, no tendrás parte conmigo». Pedro revirtió inmediatamente su respuesta: «Entonces, Señor, ¡no solo los pies sino también las manos y la cabeza!»

Poco después, Jesús les dice a Sus discípulos que llegará un momento en que todos los abandonarán. Fiel a su estilo atropellado, Pedro responde: «Aunque todos te abandonen,  yo jamás lo haré»[6]. Entonces, Jesús le dice que esa misma noche, antes de que cante el gallo él se habrá desentendido de Él tres veces.

En el huerto de Getsemaní, a pesar de las numerosas ocasiones en que Jesús les había pedido que velaran junto a Él, Pedro se sentía demasiado cansado y en lugar de acompañarlo, se durmió. Al llegar los soldados, desenvainó precipitadamente su espada y le cortó una oreja a Malco, uno de los soldados. Como no había orado, no tuvo el dominio propio necesario para contenerse. Jesús lo reprendió, pero Pedro no se disculpó. Acto seguido, traiciona a Jesús, y tal como Él lo había predicho, lo niega tres veces en una misma noche.

Cuando no habitamos en un espacio de oración, no estamos preparados para lidiar con el caos y las circunstancias trágicas que muchas veces nos sobrevienen inesperadamente. La mayoría de nosotros podemos identificarnos con los errores de Pedro de una u otra manera. Actuamos movidos por una sensación desproporcionada de competencia para vivir por Cristo, y luego nos damos cuenta de que no estamos a la altura.  Sin embargo, Jesús no deja a Pedro en ese lugar de desolación. Enseña y recalca nuevamente un principio del cual no debemos apartarnos por ningún motivo: Jesús solo puede obrar por nuestro intermedio lo que le permitamos hacer. «Si no te lavo, no tendrás parte conmigo».

Para Pedro, recuperarse no implica alcanzar la perfección: significa reconocer en qué punto se encuentra en su vida y hacer un análisis realista de su persona. No se reintegra gracias a su fortaleza sino a su actitud humilde. Tenemos acceso a la gracia de Dios cuando reconocemos nuestro amor por Cristo. Nos ama para que amemos. Nos fortalece para que fortalezcamos, y una vez que superamos el fracaso, lo hacemos en el poder de Jesús. El fracaso nos conduce a ese magnífico descubrimiento de que aun cuando somos infieles, Cristo permanece fiel.  Charles Price

 

El proceso por el cual se forja el alma

Sabemos que alcanzamos solvencia moral tras muchas pruebas, tras superar obstáculos y aguantar cuando atravesamos dificultades. Sería imposible que existiera valor en el mundo a menos que exista también el dolor. El apóstol Pablo dio testimonio de esa cualidad refinadora del sufrimiento cuando escribió que «el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza».

Encarémoslo: aprendemos de los errores que cometemos y del sufrimiento que nos acarrean. El universo es una máquina de forjar almas, y parte de ese proceso consiste en aprender, madurar y crecer por medio de las experiencias difíciles, retadoras y dolorosas. Nuestra vida en este mundo no tiene como propósito la comodidad, sino formarnos y prepararnos para la eternidad. Las Escrituras nos dicen que hasta Jesús «por lo que padeció aprendió la obediencia». Si ése fue el caso con Jesús, ¿por qué no lo sería, con mayor razón, también el nuestro?  Peter Kreeft[7]

*

Hace falta mucha fe para encarar lo que parece a todas luces un fracaso y una derrota en un frente determinado y seguir plantándose firme en Mi Palabra, en Mis promesas. Hay momentos en que están cansados, agotados, desanimados, y no alcanzan a divisar ni por asomo la victoria. Prácticamente todos los grandes personajes de la historia tuvieron que pasar por momentos parecidos; en algunos casos durante años, o hasta la muerte. Aun así, por larga que sea la batalla, vivir a Mi servicio y mantener la fe es la victoria por excelencia.

¿Cómo creen que se sentían los mártires en el Coliseo de Roma? Mis promesas debieron de parecer ridículas a los ojos de los hombres en tales situaciones. Así y todo, los mártires se hicieron con algunas de las victorias más contundentes de todos los tiempos simple y llanamente por mantenerse con total humildad fieles hasta el fin[8].

Aunque se consideren vencidos, la perseverancia que les impide dejar de aferrarse a Mí aunque todo parezca perdido y no entiendan nada es la mayor de las victorias.  Jesús, hablando en profecía

*

Sigan creyendo, ¡no se rindan nunca! Sigan creyendo, no se desanimen. Sigan creyendo, no abandonen. Sigan siempre adelante. Sigan aferrándose a Sus promesas. Sigan afirmándose en Sus promesas y, por lo que más quieran, sigan sirviendo a Jesús.

¡No se den nunca por vencidos, nunca se rindan! No se desesperen. No se derrumben solo porque les parece que se les fue el último bus. Esperen un poco más en el Señor, y seguro que Él les mandará otro bus, otra oportunidad, otra ocasión.

Si verdaderamente quieren descubrir cuál es la voluntad de Dios, seguro que Él les mandará otro bus providencial que los recoja, los levante, los aliente, los anime, los inspire, los fortalezca, los sane y los transporte por el poder de Su Espíritu hasta la gloriosa victoria de su destino celestial. ¡Sigan creyendo!  David Brandt Berg

Publicado en Áncora en octubre de 2014.


[1] Filipenses 4:11 NVI.

[2] Salmo 25:4 NVI.

[3] Cortesía de Guideposts. Artículo completo (en inglés): http://www.guideposts.org/inspiration/inspirational-stories/motivational-stories/the-gift-of-failure.

[4] 1 Reyes 19:11–13.

[5] Jeremías 20:2, 38:6–13, 37:11–15.

[6] Mateo 26:33 NVI.

[7] Según lo cita Lee Strobel en The Case for Faith (Zondervan, 2000).

[8] Romanos 8:36–37.

 

Copyright © 2024 The Family International