¿En qué consiste la Navidad?

diciembre 16, 2014

Recopilación

Regalos que perduran…

Como casi todo el mundo, tienes la agenda llena para el mes de diciembre… compras, regalos, fiestas, planes, preparativos, cocinar, limpiar, recibir invitados, hacer visitas. Pero detente un momento a meditar. ¿Por qué hago todo esto? ¿A quién trato de complacer? ¿O de impresionar?

Estas fiestas deben ser una celebración del amor más puro, sencillo y completo de todos: el de un Padre celestial que envió a Su Hijo para que viviera entre nosotros y nos enseñara a amar, mejorar nuestra vida y vivir más felices. Él eliminó la necesidad de reglas y ritos complejos y nos enseñó que no teníamos que ser perfectos, hacerlo todo bien y vivir conforme a expectativas poco realistas. Que para complacerlo y encontrar la felicidad bastaba con amarlos a Él y al prójimo.

¿Por qué este año no intentas algo diferente y buscas la sencillez en tu celebración de la Navidad? Quítate de encima un poco de esa acumulación innecesaria de actividades y gastos. Déjate tiempo para concentrarte en las cosas que tendrán un significado duradero para ti y para los demás: pasa tiempo con las personas a las que quieres; entrega regalos que no solo demuestren buen gusto, sino que te preocupas e interesas por la persona; busca a alguien que no haya sido tan bendecido como tú y acércate a darle algo que necesite[1].

 

Descubrir la razón de ser de la Navidad…

¿Por qué la celebración del gran amor de Dios es para muchos una ocasión de soledad y de tristeza? ¿Será porque nos olvidamos del verdadero sentido de la Natividad? A veces se nos escapa entre los adornos, las luces, los regalos y las festividades. Al olvidarnos del verdadero sentido de las fiestas se nos escurre entre los dedos la felicidad que la acompaña. Los preparativos hacen a un lado la razón de la Navidad, que es manifestar gratitud y aprecio por lo que regaló Dios a la humanidad.

En última instancia, la Navidad es una celebración de amor, del amor de Dios por cada uno de nosotros. La mejor forma de celebrarla es hacer regalos a Jesús, obsequios en prenda de amor y gratitud. Es una época en que podemos hacer una pausa para recordar a los que con frecuencia son olvidados. Podemos tender una mano a los necesitados. Podemos manifestar gratitud ayudando a los que tienen mayor necesidad que nosotros.

Esas cosas no solo hacen feliz a Dios, sino que nos ayudan a encontrar una honda satisfacción. Lo que hace a la Navidad tan entrañable no son solo los regalos, los adornos y las celebraciones, sino sobre todo lo que ofrecemos a Jesús y al prójimo de corazón. Dar de corazón y brindarnos a los que padecen necesidad, tanto con nuestras acciones como con nuestras oraciones, es señal de gratitud y aprecio por lo que Dios nos ha dado durante esta época navideña[2].

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La religión pura y sin mancha delante de Dios nuestro Padre es ésta: atender a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones.  Santiago 1:27 NVI

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Acuérdense de los presos, como si ustedes fueran sus compañeros de cárcel, y también de los que son maltratados, como si fueran ustedes mismos lo que sufren.  Hebreos 13:3 NVI

 

El corazón de la Navidad

Cuando era niña, la Navidad siempre era una época mágica. Aguardábamos jubilosos cada una de las actividades. Decorar un abeto de delicada fragancia con luces y guirnaldas. Hornear deliciosas galletas navideñas y disfrutar de los aromas que impregnaban la casa.

Llenar el aire con las canciones que reservábamos para esa época tan especial; villancicos que sustentaban nuestro corazón y motivaban nuestras almas con la esencia de la estación. Llevar a otras personas el mensaje singular que brinda la Navidad a través de villancicos y actuaciones, cartas y tarjetas, cariño y regalos que brotaban del corazón. Hasta el aire mismo, frío y seco, crepitaba a lo largo de toda la temporada con una sensación de ilusión y curiosidad.

Y así fue hasta que cumplí los diecisiete años. Luego, todo cambió. Un mes de marzo me mudé a la India, así que cuando llegó la Navidad ya hacía rato que había superado el choque cultural. Pero me pilló por sorpresa cuánto me costó contagiarme del espíritu navideño en un nuevo país.

En lugar del viento frío y seco al que estaba acostumbrada, el sol oriental brillaba ardiente y luminoso, tostando la tierra. Parecía imposible soñar con una blanca Navidad en un clima veraniego. Nuestro abeto navideño fue una especie de helecho, que colocamos sobre una mesita y decoramos con adornos caseros, que quedó todo alicaído con el peso. Un auténtico arbolito estilo Charlie Brown.

Me había mudado a la India para servir al Señor y al prójimo, y en esos instantes me sentía muy sola. Tan lejos de casa.

Y en ese momento reconocí algo inesperado, la sensación de que mi soledad y nostalgia reflejaban la experiencia que alguien sufrió hace dos mil años. Alguien que abandonó Su hogar —un lugar de luz y vida, de una hermosura arrebatadora— para llevar un mensaje eterno de amor y esperanza a los que habitaban en tinieblas. Si alguien tenía todo el derecho de sentir nostalgia, ese era Jesús.

Si alguien tenía motivos para echar de menos la comodidad de su hogar, ese sería el Hijo de Dios que ordenó las estrellas y planetas en su danza celestial, y luego vino a donde nadie lo reconoció y no tenía donde recostar la cabeza.

A mi mente acudieron unas palabras y las fui anotando a medida que llegaban.

Cuando desde el cielo Tu cuna viste,
¿Tu muerte y sufrimiento percibiste?
¿O contemplaste una tumba inerte?
Salvador mío, nacido de humilde vientre.

Recostado en el húmedo y gélido suelo,
¿anhelaste las alas de un ángel desplegar?
O entendiste que también sería nuestro anhelo
y, por eso, elegiste caminar en lugar de volar.

Al probar, de este mundo, el humilde alimento,
¿echaste de menos el celestial cuidado y sustento?
O supiste que sabría mejor con nosotros a Tu lado,
y cumpliendo con los hombres, la verdad nos has dado.

Cuando te sentías cansado, débil y agotado,
¿deseabas abandonar este mundo, tan desolado?
¿O que precisábamos que nos mostraran el camino, sabías?
Y por amor a la humanidad te quedaste, Luz y Vida mía.

Cuando viste, tocaste y sentiste, latente,
este mundo nostálgico del real tan diferente,
¿quedarte por un tiempo te habría pesado?
Pero, Señor, la sonrisa en Tu rostro ha brillado.

Porque sabías que ese toque divino y celestial
en este pobre mundo supondría un cambio total.
Por eso Tu vida entregaste y resucitaste en gloria,
para cumplir del amor, la más profunda y bella historia.

Cuando terminé el poema ya no me sentía tan sola. En lugar de eso me inundó un nuevo sentimiento, algo parecido entre privilegio y afinidad. Quizá el conocimiento de que no estaba sola, y que sin importar cómo me sintiera, jamás lo estaría.

Jesús abandonó la calidez del Cielo para transitar por los caminos solitarios de esta vida. De modo que sabe cómo es; sabe cómo se siente uno. Y un día nos dará la bienvenida cuando lleguemos a la casa del Padre. Allí por fin estaremos de nuevo en casa. Adiós nostalgia. Adiós lágrimas. Solo amor y gozo por siempre jamás.

Él nunca se aleja de nosotros, por eso, nunca estaremos lejos del hogar. El hogar se encuentra en el corazón, sobre todo en Navidad.  Jewel Roque[3]

Publicado en Áncora en diciembre de 2014.


[1] Publicado por LFI en noviembre de 2001, texto adaptado.

[2] Publicado por LFI en noviembre de 2001, texto adaptado.

[3] Extracto de Just1Thing.

 

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