noviembre 26, 2014
Hace poco, un joven amigo mío me comentó sus dificultades para entablar comunión con Dios y avanzar en su vida espiritual. Dada mi veteranía —más de 40 años en la vida de fe—, buscó mi consejo. Tuve que asegurarle que continúo aprendiendo y mejorando. Si bien he recorrido este camino por mucho tiempo, nunca dejaré de aprender ni de luchar la buena batalla de la fe.
No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Filipenses 3:12-14
Todos aprendemos de lo vivido, pero debemos renovar y revitalizar continuamente nuestra vida espiritual. Jesús lo comparó a comer pan fresco todos los días y beber de la fuente de la vida eterna.
Con todo, en el transcurso de las últimas semanas he aprendido un par de lecciones, las cuales procuré inculcarle. Se tratan de nuevas costumbres que han fortalecido mi comunión con el Señor y me han ayudado a avanzar en mi vida espiritual.
Una de ellas consiste en encontrar un versículo todos los días para meditar, memorizar y compartir con otros. Existen muchas maneras de hacerlo. En ocasiones, he leído un artículo del que destaca un versículo. En otras, una persona me recita un versículo interesante o lo encuentro de forma casual. La lectura de muchos versículos encaja en un contexto específico, pero me hablan al alma sobre mi situación particular. Trasciende el tiempo y el espacio y suele ser clave para ayudarme a encontrar la solución que busco. La Palabra me brinda la perspectiva celestial que necesito con tanto apremio. Al orar, conviene emplear esos versículos y presentárselos al Señor. Son Sus promesas y no pueden fallar.
Ejemplo de ello es mi versículo del día: «Me hiciste conocer los caminos de la vida; me llenarás de gozo con Tu presencia»[1]. Me parece significativo que el versículo esté escrito en pasado: «me hiciste conocer los caminos». La imagen que presenta no es la de nosotros esforzándonos por obtener la guía del Cielo, sino haciendo lo que el Señor ya nos ha indicado. Para ello conviene poner por escrito lo que nos revela, a fin de repasarlo en el futuro.
La siguiente parte del versículo nos presenta llenos de gozo, mientras avanzamos con los ojos fijos en el Señor. Él nos llena de alegría. Nuestra parte consiste en recibir y creer la dicha que nos ofrece. Al igual que el alfarero, continuará moldeándonos en las vasijas que desea. Lo único que requiere de nosotros es sumisión como la arcilla, a fin de contener Su amor y alegría. Este versículo me ayudó a entender que nuestra comunicación con Dios no debería ser tan entrecortada. Él intenta comunicarse con nosotros mucho más de lo que nosotros procuramos entablar comunión con Él. La lectura del versículo me ayudó a entender que la oración consiste en escuchar más y hablar menos. Resulta más importante tener una recepción clara que una buena transmisión.
Un versículo suele conducir a otro. El verbo llenar encontró un similar en otro versículo que encontré con la palabra plenitud (lleno): «Porque de Su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia»[2]. Se dice que la palabra gracia podría ser un acrónimo —en inglés— de regalo recibido a expensas de Cristo. Nuestra gracia es el hermoso amor que recibimos de Él. Cuando se dice que alguien posee gracia o hermosura quiere decir que se mueve o actúa con hermosura. Y la gracia tiene mucho que ver con la belleza. Cuando estamos llenos de Jesús, somos hermosos a Sus ojos.
También le hablé a mi joven amigo de la importancia de recordar lo que Dios ha hecho por nosotros. Una de las mejores maneras de entablar comunión con Dios es dándole gracias y alabándole por nuestras bendiciones. Los japoneses acostumbran agradecer a las personas la última vivencia que han tenido con ellas, cuando las vuelven a ver. Dicen: Konaidawa, domo arigato gozaimasu, que traduce gracias por la última vez. Cuando agradecemos lo que otros han hecho por nosotros, aumenta su deseo de volver a ayudarnos. A todos nos gusta sentir aprecio, ¿no es así?
Recibimos tantas bendiciones todos los días que solemos olvidar que son un milagro. En ocasiones no las apreciamos tanto como debiéramos. Puesto que la mayoría de nuestros recuerdos son de corta duración, escribir lo que Él ha hecho por nosotros fortalece nuestra fe en los milagros que hará por nosotros en el futuro. Ello incluye guardar un diario espiritual[3], en el que escribimos versículos y su aplicación, trazamos nuestro progreso espiritual y anotamos todo lo que nos pesa en el corazón. Al hacerlo, lo espiritual parece moverse de lo abstracto a lo físico.
He descubierto que la realización de esos pequeños pasos fortalece mi fe y logra una diferencia notable en el crecimiento diario de mi vida espiritual.
Traducción: Sam de la Vega y Antonia López.
[1] Hechos 2:28.
[2] Juan 1:16.
[3] V. http://directors.tfionline.com/es/post/disciplinas-espirituales-llevar-un-diario.
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