octubre 30, 2014
[Somebody Loves You!]
¡Alguien te quiere y desea brindarte felicidad! Todos anhelamos amar y ser amados. Para la mayoría de la gente el amor es lo más sublime y grandioso que hay. Casi toda la tristeza que existe en el mundo, las guerras y la violencia, provienen de la falta de amor.
En medio de todo el dolor y sufrimiento de este mundo producidos por el desamor y el desprecio que nos tenemos, si abrimos los ojos y miramos alrededor, veremos que, por otro lado, el mundo también está lleno de encanto, de magnífica vida. Todas las bellezas de la creación son una obra del amor de Dios: la hierba, los árboles, las flores, un espléndido atardecer, el romanticismo de una noche estrellada, las maravillas del mundo animal. Aun nuestros animalitos domésticos entienden el lenguaje del amor. Es más, a veces ni sobreviven sin él. Mueren de pena y tristeza.
Los seres humanos también ansiamos amor. Tan es así que hay ocasiones en que nos morimos de pena por falta de amor, pues todos tenemos necesidad de afecto y ternura y de querer a alguien. Por eso vinimos al mundo, para amar y ser amados. Por esa misma razón nos fueron deparados todos los placeres: el de la vista para contemplar hermosura, el del sonido para gozar de la música, el del gusto para saborear alimentos, el tacto para poder recrearnos palpando, amando y siendo amados. Los placeres de la vida se nos concedieron para nuestro bien y felicidad, porque alguien nos quiere y desea que seamos felices, que amemos y seamos amados, que disfrutemos de las dichas de la vida, de todas las cosas lindas, y que tengamos de todo en cantidad suficiente... Alguien que quiso que nuestro entorno fuese un pedacito de Cielo en la tierra como en el principio.
¿Por qué está el mundo plagado de odio, violencia y maldad? ¿Por qué hay tanta tristeza y sufrimiento? ¿Por qué tanto contraste entre el bien y el mal, entre lo bello y lo feo, entre el placer y el dolor, entre la vida y la muerte? ¿Por qué no puede ser todo bondad, belleza, encanto, goce y deleite?
Lo cierto es que en un principio todo se creó con esa intención. Pero nosotros optamos por el egoísmo, por obrar a nuestro antojo, por despreciar a los demás, por ser desconsiderados y por quebrantar las normas establecidas para garantizar nuestra felicidad, salud y placer; y al tomar nuestro propio camino, nos alejamos del paraíso de la creación original. Todo ello ha sembrado mucho pecado y sufrimiento en el mundo, y la raíz ha sido la rivalidad y desprecio que existe entre nosotros, y la ingratitud que manifestamos para con nuestro Creador.
A causa de esa falta de amor, parece que el mundo está al revés, cuando el amor en realidad podría sanar cantidad de heridas, devolver la alegría a muchísimos corazones, aliviar gran parte del dolor y la agonía que sufre la humanidad y evitar innumerables muertes. En cambio, el egoísmo, la codicia, la inconsideración y la obstinación son causa de la mayor parte de las penas del mundo.
Con todo y con eso, hay alguien que te quiere, ¡que sintió tanto amor por ti y manifestó tal desinterés que entregó Su vida para salvar la tuya! «Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos»[1]. Eso mismo hizo Él por ti, para pagar por tus pecados y ofrecerte Su gracia, Su amor y Su perdón. Lo único que te pide es que te vuelvas a Él, y que lo ames y le agradezcas Su amor, Su perdón y Su salvación.
Francamente, en eso consiste todo. Dios nos puso en este mundo para que lo amáramos, y que Él a Su vez pudiera transmitirnos Su amor por medio de Su maravillosa creación y de los placeres que ideó para darnos gusto. Sin embargo, lo triste es que hemos infringido las reglas que estableció para nuestra felicidad. Si bien toda Su creación da testimonio de Su amor y demuestra Su grandeza, Su bondad y Su poder, y que es un Dios bueno, un Dios amoroso y considerado que anhela hacernos felices, cada uno se ha apartado siguiendo su propio camino. Lo hemos desdeñado, le hemos vuelto la espalda y hemos hecho lo que nos placía. Eso no lo ha complacido a Él. De ahí que este pobre mundo nuestro se vea azotado por tanta agonía, tanto pecado y tanto pesar.
Hemos echado a perder el paraíso terrenal que se nos confió para nuestro deleite. Lo hemos arruinado con tanto odio, envidia, avaricia, violencia, dolor, guerras y matanzas. Pero Él quiere salvarte de todo eso, y un día hasta piensa sacarte de aquí, y ahora mismo desea librarte de muchas de esas cosas y concederte alegría, paz, felicidad, y por sobre todas las cosas, amor. Amor por Él, por los demás, y hasta por ti mismo. Él es el dador de todo lo bueno, el Dios del amor. Nos ama porque Él es el amor mismo. ¿Qué sientes tú por Él? ¿Lo amas? En ese caso, gozarás de los dones que por amor creó y nos dio para deleitarnos.
Murió para salvarte de todo ello. Lo único que te pide es que te vuelvas a Él y te arrepientas, que lo aceptes en tu vida y creas en Él, y que te muestres agradecido por lo bueno que ha sido. También quiere que trates de brindar amor y hacer el bien a los demás, tal como Él ha hecho contigo, tal como Él desea hacer contigo, y como hará aún en mayor medida en el futuro lleno de esplendor que nos aguarda, cuando Él venga a buscarte para llevarte a Su reino celestial. En ese entonces se apoderará de la tierra y la regirá con justicia, amor, misericordia, benignidad y bondad. Acabará con todas las guerras, el odio ¡y creará un fascinante y glorioso reino de amor aquí en la tierra para que todos lo gocemos por la eternidad!
¿Lo amas? Si no, acude hoy mismo a Él, porque Él sí te ama a ti. A ese ser extraordinario que te ama no tienes más que pedirle que venga a vivir en tu corazón. Se llevará todas tus lágrimas, disipará todas tus angustias, y en su lugar te dará una vida magnífica y llena de amor que durará eternamente.
¿Le pedirás hoy mismo a Jesús que entre en tu corazón? Él es el fruto de amor del propio Dios, la personificación de Su amor, Su propio Hijo, enviado al mundo para transmitirnos el amor del Padre, aunque fue perseguido, odiado y crucificado. Pero gracias a Dios, resucitó y ascendió al Cielo para reunirse con el Padre, y ahora está con nosotros por medio de Su Espíritu Santo. Imagínate, el propio Hijo de Dios murió por ti por amor a fin de que tú vivieras.
¿Crees en Él? ¿Quieres recibirlo en este mismo momento para poder disfrutar de Su perdón? Así Él podrá salvarte de tus pecados y obsequiarte con Su preciosa salvación y una vida feliz, una vida de amor, junto a Él, desde ahora y para siempre. Puedes dar ese primer paso ahora mismo por medio de esta pequeña oración:
«Padre celestial, te ruego que me perdones todas las cosas malas que he hecho. Lo siento mucho. Quiero acercarme a Ti y recibirte en mi corazón por medio del amor de Tu Hijo Jesús. Enséñame a amarte, a amar a mis semejantes y a practicar lo que dice Tu libro, la Biblia, para que pueda hallar felicidad y brindársela a los demás. En el nombre de Tu Hijo Jesús, amén».
Jesús dijo: «He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno abre la puerta, entraré a él y tendré comunión con él»[2].
Artículo publicado por primera vez en mayo de 1992. Texto adaptado y publicado de nuevo en octubre de 2014. Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.
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