septiembre 30, 2014
¡El poder que puede ejercer la vida de una persona sobre otra es casi sorprendente! Se sabe de miradas que cambiaron destinos, de encuentros fugaces que causaron impacto de por vida, ¡o hasta tuvieron repercusiones eternas! Nadie alcanza a entender del todo en qué consiste eso que llamamos influencia. Los Evangelios relatan que cuando nuestro bendito Señor sanó a la mujer que se le acercó tímidamente en medio de la multitud y le tocó el borde del manto, salió de Él poder… aunque, naturalmente, nunca hubo otra vida como la de Cristo; sin embargo cada uno de nosotros ejerce constantemente influencia, ya sea para sanar, para bendecir, para embellecer a otros o para herir o hacer daño, para envenenar o mancillar otras vidas.
Nos encontramos embarcados en un proceso eterno en el cual añadimos a la salud, la felicidad y el bienestar del mundo, o a su dolor, sufrimiento o maldición. Cada instante que vivimos de manera honesta y responsable, cada victoria que obtenemos sobre el pecado, e incluso hasta el más ínfimo fragmento de la vida bendita de que disfrutamos ayuda al resto de los seres humanos a ser valientes, veraces y amables. En todo momento ejercemos influencia. J. R. Miller
*
Marcos regresaba un día del colegio cuando advirtió que el joven que iba delante de él se había tropezado y se le habían caído todos los libros que cargaba, además de dos suéteres, un bate de béisbol, un guante y una pequeña grabadora. Marcos se arrodilló y ayudó al muchacho a recoger todas sus cosas, que habían quedado desparramadas.
Como ambos iban en la misma dirección, lo ayudó a llevar parte de lo que cargaba. Mientras andaban, Marcos se enteró de que el otro niño se llamaba Guillermo, que le encantaban los juegos de video, el béisbol y la historia, que se las estaba viendo negras con las otras materias escolares, y que acababa de romper con su novia.
Después de acompañar a Guille hasta su casa, Marcos se fue a la suya. Siguieron encontrándose cada tanto en el colegio, almorzaron juntos un par de veces y por fin los dos se graduaron al terminar la secundaria. Terminaron en la misma preparatoria, donde tuvieron breves encuentros a lo largo de los años. Por fin llegó el tan esperado último año. Tres semanas antes de la graduación, Guillermo le preguntó a Marcos si podían conversar. Guillermo le recordó aquel día, hacía muchos años, en que se habían conocido.
—¿Alguna vez te preguntaste por qué cargaba yo tantos libros aquel día? —le preguntó—. Lo que sucedió es que acababa de vaciar y limpiar mi casillero del colegio, porque no quería dejarlo desordenado para quien fuera a ocuparlo después de mí. Había ido juntando pastillas de dormir que le quitaba poco a poco a mi mamá, y me dirigía a mi casa, decidido a suicidarme. Pero tras pasar ese tiempo conversando y riendo contigo, me di cuenta de que si me hubiese quitado la vida, me habría perdido ese y tantos otros momentos que a lo mejor vendrían. Ya lo ves, Marcos, aquel día, cuando me ayudaste a recoger los libros, hiciste mucho más que eso: me salvaste la vida. John W. Schlatter
*
No obstante su mala reputación, el diente de león da unas florecillas muy bonitas, pequeños soles de encaje plateado. Y sin duda son las más bellas de todas las flores cuando las vemos en las manitas sucias de algún pequeñito. A nadie lo regañan por recogerlas. Quizás solo existan para que los niños las tomen y las disfruten.
A los dientes de león se los ignora o se los ataca; nadie jamás los cuida, y sin embargo, siempre florecen magníficamente. No requieren cuidados especiales para prodigarnos sus salvajes y hermosas flores. Crecen en los campos, en medio del césped, en la orilla de una vereda rota… las hay hasta en los vecindarios más elegantes. ¿Se imaginan qué sucedería si tratáramos de cultivarlas junto a las demás flores? ¡Se escaparían de su cantero y brotarían de lo más orondas en medio del césped! No se quedarían jamás en su sitio.
Los cristianos deberían parecerse más al diente de león. Nuestros rostros, alegres como el sol, deberían recordar a todos que hasta la fe más sencilla tiene raíces imposibles de arrancar. Y somos tan numerosos que aunque a lo mejor no nos caractericemos por nuestro refinamiento, se nos vería por todas partes…
Deberíamos ser tan accesibles como los dientes de león. Jesús lo es. Debemos salirnos de nuestros jardines, saltarnos las bardas que nos impiden ir donde la gente espera encontrarnos. Debemos enseñar nuestros rostros radiantes como el sol en todos los rincones donde haga falta un poco de luz, allí donde se quiebra el pavimento o en el impecable césped de una cancha de golf. Anónimo
*
Al pasar por este mundo de pecado,
cuando otros te vean a ti,
sé puro y limpio, sé un hombre feliz.
Que se vea a Jesús en ti.
Tu vida es un libro abierto
que otros leen; es así.
¿Les señalarás el rumbo al Cielo?
¿Verán a Jesús en ti?
Qué glorioso será ese día,
cuando esta vida llegue a su fin
y te reencuentres con tantas almas
que vieron a Jesús en ti.
Cuéntales la historia y, en tu paso por aquí,
que vean a Jesús en ti.
B. B. McKinney
*
Déjame valerme de tus ojos para ver las necesidades ajenas, sean grandes o pequeñas. Deja que me valga de tus oídos para escuchar el clamor de los perdidos, y de tu lengua para derramar palabras de amor y compasión, de oración y ánimo para el hermano abatido. Deja que me valga de tu mente para que te pueda dar Mis pensamientos, pensamientos de amor y bondad. Deja que tome tu corazón en Mis manos y lo llene de Mi compasión por las multitudes que no conocen todavía Mi amor.
Déjame valerme de tus manos para enjugar las lágrimas de los que lloran, para dar una palmada de aliento a los abatidos, para tender la mano a los que caen por el camino. Déjame valerme de tu lengua como instrumento de Mi amor para el que necesita oír unas palabras tiernas.
Aunque no estés buscando formas de dar ejemplo de Mi amor, si estás dispuesto y atiendes a Mis suaves susurros en tu corazón, te pondré en el camino esas situaciones. Puede que te parezcan insignificantes, pero a Mis ojos son importantes. Ser una vasija de amor es un importante llamamiento. Jesús, hablando en profecía
*
Hay veces en que tan solo una palabra, una mirada o una sonrisa —nuestra expresión, nuestro tono de voz, la impresión que causamos— pueden suponer una gran diferencia. Si no tenemos una disposición alegre, victoriosa y optimista, es inevitable que hundamos a los demás. La gente participa de nuestro estado de ánimo y es influenciada por nuestra actitud. Por eso es tan importante que ésta sea positiva, y no negativa. Pensemos en lo bueno[1]. Seamos alentadores, amorosos y joviales. El amor engendra amor. Si tenemos una actitud serena, confiada, paciente, tranquila, llena de fe, los demás reaccionarán de la misma manera. ¡Un poco de amor verdadero llega lejísimos!
Ningún hombre es una isla. Todo el mundo influye en su entorno. Quien se conduce con amor impulsa a los otros a hacer lo propio. Si manifiestas amor, otro ser humano seguirá tu ejemplo. El amor de Cristo en acción es muy contagioso. Se transmite de corazón a corazón.
Si pasamos suficiente tiempo con Dios, como hacía Moisés, a nosotros también se nos pegará un poquito de Dios: andaremos contentos y con la cara resplandeciente por la alegría y el Espíritu de Dios[2]. ¡Esa es la clave! Si irradiamos amor en medida suficiente, los demás lo reflejarán. David Brandt Berg
Publicado en Áncora en septiembre de 2014.
Traducción: Irene Quiti Vera y Antonia López.
Copyright © 2024 The Family International