septiembre 15, 2014
He comprobado que cuando procuro hacer las cosas un poco más despacio, no necesito descansos tan largos, porque no me exige tanto esfuerzo. Es mucho menos agotador que matarse trabajando hasta que uno ya no puede más. Yo creo que es mucho mejor controlarse el tiempo en todo lo posible. Si hacemos las cosas un poco más despacio, también podemos dedicar tiempo a orar más.
Muchas veces, cuando hago una pausa para pensar, orar y reflexionar sobre las cosas, el Señor hace que me vengan a la cabeza asuntos muy importantes, o bien me recuerda algo importante que había olvidado o iba a olvidar, o me da buenas ideas. Y cuando sucede eso, me doy cuenta de que si no hubiera hecho una pausa, si no me hubiera tomado ese tiempo, habría pasado por alto eso.
Cada vez que recuerdo eso, me doy cuenta de lo importante que es que interrumpa mis actividades para dedicar algunos ratos a orar y reflexionar, a no hacer otra cosa que sintonizar con el Señor, por decirlo así, meditar y dejar de pensar en todo lo demás, y pedirle que me traiga a la memoria lo que quiere que recuerde. Muchas veces me trae a la memoria cosas muy importantes que no se me habrían ocurrido de no haber hecho una pausa.
Necesitamos esosratos de conversación con el Señor, quitarnos de la cabeza todo lo demás y decirle: «¿Hay algo que nos quieras recordar, alguna idea o algo a lo que quieres que prestemos atención?» No podemos contar con recibir muchas respuestas del Señor si no dedicamos cierto tiempo a escucharlo.
Como cada uno de nosotros debe tomar muchísimas decisiones, es muy necesario que busquemos la orientación del Señor. Es sencillamente imposible tomar decisiones inspiradas por el Espíritu Santo si no pasamos tiempo con el Señor. Y cuanto más cruciales sean las decisiones, por lo general más tiempo debemos pasar con Él.
Es necesario dedicar tiempo a la reflexión y la oración a fin de resolver problemas, parameditar sobre una situación en quietud, en silencio y a solas, dejando que el Señor nos hable y dirija nuestros pensamientos. El Señor habría podido disponerlo todo de forma que no tuviéramos más que presentarnos ante Él con nuestra lista de preguntas y soltárselas una tras otra, para que Él nos las respondiera todas con una revelación repentina. Pero no ha hecho que sea de esa manera, porque quiere que pensemos bien las cosas, guiados por Él.
El Señor dice: «Vengan ahora, y razonemos»[1]. Le gusta guiar nuestros pensamientos mientras meditamos y oramos, al igual que cuando deliberamos y consultamos con otras personas.
Aprendí algo —y sigo aprendiéndolo—: que poco importa que oremos mucho si no tenemos además cuidado. Podemos orar todo lo que queramos y contar con que Dios haga Su parte; pero si nosotros no hacemos la nuestra, Él no puede hacer la Suya.
Hace poco, sucedió algo. No fui tan cuidadosa como debería haber sido, aunque sí había orado. Cuando vi que el resultado no fue como yo esperaba, le dije al Señor: «¡Pero si oré! ¿Cómo dejaste que pasara esto?» Y al instante recibí la siguiente respuesta: «Si no se tiene cuidado, no se obtiene el resultado deseado». No podemos esperar que el Señor lo haga todo por nosotros. Debemos hacer nuestra parte, cooperar y hacer todo lo que podemos.
Esto, naturalmente, ya lo sabía, pero me vino bien que el Señor me lo recordara. Por otro lado, aunque tengamos mucho cuidado y hagamos las cosas lo mejor posible, si no oramos puede suceder lo mismo. Puede que nuestros esfuerzos fracasen rotundamente porque el Señor quiere enseñarnos que sin Él no podemos hacer nada. Tenemos que orar, y también tener cuidado.
Cuando me enfrento con un problema o con varios —como nos pasa con mucha frecuencia a casi todos—, tiendo demasiado a reaccionar pensando: «Señor, ¿qué puedo hacer? ¿Cuál es la solución? ¿Qué puedo hacer yo para mejorar la situación o solucionarla?» Sin embargo, mi reacción automática debería ser pedirle al Señor que intervenga primero y haga lo que solo Él puede hacer.
Claro que muchas veces el Señor sí que quiere que hagamos algo de inmediato. Pero al mismo tiempo, debemos ser muy conscientes de que necesitamos de Su ayuda y debemos decir: «Señor, obra en esta situación». Y luego añadir: «Ayúdame a hacer la parte que me toca».
Con mucha frecuencia me apresuro a orar y preguntarle al Señor qué puedo hacer, de qué forma puedo solucionar el problema, cuando el Señor puede hacer muchas cosas primero mediante Su Espíritu; o por lo menos puede hacerlo simultáneamente con lo que Él me indique que haga.
Cuando lo único que podemos hacer es orar, en muchos casos es mucho más fácil encomendar algo en oración. Pero cuando se tiene autoridad o poder para hacer algo en una situación determinada, con frecuencia parece más fácil y rápido tratar de resolver el problema uno mismo.
Al intervenir de inmediato a fin deresolver una situación difícil y hacer lo que podemos por arreglar las cosas, corregir lo que está mal y poner todas las cosas en su debido lugar, es posible que estemos usurpando la autoridad del Señor y entrometiéndonos en lo que quiere hacer Él. Ésa era inconscientemente la actitud que yo tenía, y el Señor me indicó que, aunque yo tenga autoridad para hacer algo en cierta situación, no siempre es esa Su voluntad suprema. Lo primero y principal que debemos hacer es pedirle a Él que obre de forma sobrenatural para corregir la situación y cambiarla conforme a Su voluntad. Y luego, podrá hacer por medio de nosotros lo que desee para resolver la situación.
El Señor me recordó: «¿No sería mejor pedirme primero que actúe, que cambie Yo la situación, la actitud y el corazón de las personas, que haga algo sobrenatural antes de que intervengas y hagas las cosas apoyada en el brazo de carne?»
Con demasiada frecuencia nos adelantamos al Señor y no le damos tiempo para actuar. Usurpamos el lugar que le corresponde y entorpecemos lo que Él querría hacer, las intervenciones y los milagros por los que le gustaría llevarse toda la gloria y todo el mérito. En muchos casos nos ponemos manos a la obra e intentamos hacer las cosas con nuestra propia fuerza, sin pedirle a Él con toda el alma que las haga mediante Su Espíritu Santo, y sin comprender que nuestras soluciones tampoco servirán de mucho a menos que el Señor obre por Su Espíritu en el corazón de las personas.
Con frecuencia nos parece más fácil mantenernos ocupados tratando de decidir qué debemos hacer nosotros respecto a una situación dada, que orar fervorosamente pidiéndole al Señor que actúe. Eso nos hace sentirnos útiles, nos parece que estamos cumpliendo con nuestra obligación porque se nos ocurren soluciones y remedios.
Nuestra principal y primera oración debería ser pedirle al Señor que obre en las situaciones, el corazón y la vida de las personas. Después de haber encomendado al Señor nuestros caminos y echar sobre Él nuestra carga[2], entonces podemos confiar en que Él nos guiará en el papel que quiera que desempeñemos.
Hay tiempo de esperar y tiempo de obrar con rapidez, y necesitamos la sabiduría del Señor para saber cuál de las dos cosas hay que hacer. A menudo descubrimos que cuando encomendamos situaciones al Señor y le pedimos que cambie algo y le damos tiempo para obrar, Él lo hace y también nos indica con claridad lo que podemos hacer.
Artículo publicado por primera vez en marzo de 1990. Texto adaptado y publicado de nuevo en septiembre de 2014. Leído por Andrés Nueva Vida. Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.
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